Hoy agarré mi caja de ansiolíticos y me tomé uno. Esperé pacientemente a que aquella pastilla rosa hiciese algún efecto. Esperé diez minutos, no pasó nada. Esperé veinte minutos, no pasó nada. Esperé una hora, no pasó nada. Empecé a desesperarme, podía sentir como me costaba cada vez más respirar, como mi cuerpo dejaba de funcionar.
Antes de tomarme el segundo me bebí un vaso de zumo de naranja, y esperé a que pasara algo, pero nunca pasó nada. Me tomé otros dos, empecé a sentirme pesada, ya no podía andar con normalidad.
Abrí el cajón donde mi padre guarda el whisky y lo agarré, puse todas las pastillas que me quedaban en un cuenco, y me senté con la botella y las pastillas, a tomarmelas poco a poco. Disfruté de lo que sentía con cada una de ellas. Sentí como empezaba a tener más y más sueño, y me alegré tanto, llevaba todo el día con mucho sueño pero no era capaz de dormir, y por fin lo conseguí.
Acabo de despertarme en el hospital. En una de esas habitaciones, que parece ser el reflejo de todas las demás. Me han despertado y yo sólo quería dormir, sigo queriendo dormir, no quiero que nadie me despierte más.
sábado, 15 de julio de 2017
Sueño.
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