martes, 15 de agosto de 2017

Juguetes.

Una muñeca de porcelana, una muñeca distinta a las demás, pues esta tenía vida (o al menos podía moverse libremente). Se sentía sola, perdida, desamparada, hasta que encontro más juguetes como ella, todos se movían pero ninguno hablaba. Se veían, paseaban, lloraban, mas nunca reían, nunca hablaban, nunca cantaban.

El pequeño soldadadito de plomo sin sombrero la acompañaba. Él estaba cada vez que la muñeca se caía y tenía una nueva grieta, y ella recorría kilómetros a su lado en busca de su sombrero perdido.

Pero, ¿por qué ellos podían caminar? ¿Por qué no eran juguetes que usar esperando que no se quejen? Sencillo, porque los habían roto, los condenaron a una vida de grietas, sombreros perdidos, barbies calvas, coches sin ruedas, peluches sin relleno.

Pero se tenían entre ellos, se aferraban los unos a los otros y a pasear de todo, ellos hacían que algunos momentos fueran dignos para llamar vida a su maldición. Veían el atardecer tras los edificios, corrían por parques jugando al escondite con los humanos, y les gustaba ver que muchas personas más vacías que ellos llamaban vida a su propia maldición.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Huye.

Había una vez una princesa con cicatrices y en vaqueros, que subida en su moto iba en camino a Ninguna Parte para alejarse del reino donde la tachaban de débil e ingenua.

Dirigiéndose a una ciudad cercana donde encontrar una estancia para la noche, encontró a una chica bajita de tez palida. Era una noche fría y decidió llevarla a un sitio en el que pudiese resguardarse del frío y el peligro. Le dio su casco, y le ofreció pasar la noche a su lado en algún hostal. Estuvieron hablando horas, contándose la una a la otra de dónde venían y de qué huían.

La princesa era más grande a los ojos, pero Dulce (que era el nombre que le dio a aquella chica) siempre fue mucho más fuerte y valiente. Dulce la ayudaba y apoyaba, y a cambio ella hacía lo mismo; siempre le secaba las lágrimas y la hacía sonreír.

Después de un par de semanas juntas, el mayor miedo de la princesa empezó a hacerse realidad, y comenzó a confiar en ella a pesar de haberse prometido no confiar en nadie nunca más, no darle el poder de dañarle a otra persona. Sin embargo no pudo evitarlo y comenzó a quererla cada día un poquito más. Pero Dulce tras ver su verdadera cara, sin máscara alguna, sólo pudo gritar y correr, dejando a una princesa, que con lágrimas recorriendole las mejillas encendió un cigarro, se subió a su moto, y no volvió a mirar a atrás nunca más.