Había una vez una princesa con cicatrices y en vaqueros, que subida en su moto iba en camino a Ninguna Parte para alejarse del reino donde la tachaban de débil e ingenua.
Dirigiéndose a una ciudad cercana donde encontrar una estancia para la noche, encontró a una chica bajita de tez palida. Era una noche fría y decidió llevarla a un sitio en el que pudiese resguardarse del frío y el peligro. Le dio su casco, y le ofreció pasar la noche a su lado en algún hostal. Estuvieron hablando horas, contándose la una a la otra de dónde venían y de qué huían.
La princesa era más grande a los ojos, pero Dulce (que era el nombre que le dio a aquella chica) siempre fue mucho más fuerte y valiente. Dulce la ayudaba y apoyaba, y a cambio ella hacía lo mismo; siempre le secaba las lágrimas y la hacía sonreír.
Después de un par de semanas juntas, el mayor miedo de la princesa empezó a hacerse realidad, y comenzó a confiar en ella a pesar de haberse prometido no confiar en nadie nunca más, no darle el poder de dañarle a otra persona. Sin embargo no pudo evitarlo y comenzó a quererla cada día un poquito más. Pero Dulce tras ver su verdadera cara, sin máscara alguna, sólo pudo gritar y correr, dejando a una princesa, que con lágrimas recorriendole las mejillas encendió un cigarro, se subió a su moto, y no volvió a mirar a atrás nunca más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario