Una muñeca de porcelana, una muñeca distinta a las demás, pues esta tenía vida (o al menos podía moverse libremente). Se sentía sola, perdida, desamparada, hasta que encontro más juguetes como ella, todos se movían pero ninguno hablaba. Se veían, paseaban, lloraban, mas nunca reían, nunca hablaban, nunca cantaban.
El pequeño soldadadito de plomo sin sombrero la acompañaba. Él estaba cada vez que la muñeca se caía y tenía una nueva grieta, y ella recorría kilómetros a su lado en busca de su sombrero perdido.
Pero, ¿por qué ellos podían caminar? ¿Por qué no eran juguetes que usar esperando que no se quejen? Sencillo, porque los habían roto, los condenaron a una vida de grietas, sombreros perdidos, barbies calvas, coches sin ruedas, peluches sin relleno.
Pero se tenían entre ellos, se aferraban los unos a los otros y a pasear de todo, ellos hacían que algunos momentos fueran dignos para llamar vida a su maldición. Veían el atardecer tras los edificios, corrían por parques jugando al escondite con los humanos, y les gustaba ver que muchas personas más vacías que ellos llamaban vida a su propia maldición.
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